Hoy os traigo uno de esos temas que te dejan pensando durante semanas y de los que nunca se olvidan. ¿A qué problemas se enfrenta la ciencia hoy en día? ¿Existe un problema de base en la visión que tiene la ciencia sobre el mundo?¿Qué lugar ocupa la mente en esta construcción de la realidad?
Relación sujeto-objeto. El problema del cubito de hielo.
Tras tantos años de investigación científica hemos logrado elaborar modelos de gran parte de la “realidad” que tenemos a nuestro alrededor. Pero, ¿alguna vez ha tenido usted, el lector, la osadía de preguntarse cuál es el paso entre lo que observamos y medimos y lo que experimentamos, en términos de la percepción sensorial, nosotros mismos en nuestro cuerpo?
Pongamos un ejemplo: desde bien pequeños hemos distinguido ampliamente (a espensas de un costo personal inevitable) entre los conceptos de frío y de calor. Si nos preguntaran por diferentes objetos podríamos ligarlos inmediatamente a si nos producirían una cosa u otra. Por otro lado, tenemos en nuestra mente una tendencia a establecer una relación intrínseca (o eso creemos, ya veremos si esto está tan claro) entre esta sensación de “calor” y “frío” con la temperatura a la que se encuentre el objeto en cuestión.
Ahora sin embargo le propongo al lector que imagine un cubito de hielo. Está claro que si le preguntaran por qué tipo de sensación le produciría al tocarlo, usted respondería rápidamente que frío. Obvio, parece, el hielo no es más que agua en un estado de agregación que se produce por debajo de los 0ºC, y está claro que esta temperatura, incluso sin tocar el hielo, ya nos adelantaría la respuesta a lo que se nos plantea. Pero si usted pensara más detenidamente, se daría cuenta, por experiencia personal, de que si tocara un cubito durante un periodo de tiempo un poco más largo, inevitablemente tendría que dejar de tocarlo, puesto que usted sentiría “que se quema”. ¿Qué ha pasado? ¿Ya no está tan clara la idea de frío y de calor?
Prenguntas incómodas. La realidad aparente.
Lo que ha ocurrido en el párrafo anterior, expuesto en un ejemplo simple de la vida cotidiana, se puede resumir en una oración: No tenemos ni idea de cómo nuestros sentidos y nuestro cerebro nos hace percibir lo que sentimos todos los días. Esto sin duda es una afirmación, cuanto menos, incómoda y a primera vista quizá demasiado ambiciosa, pero vayamos más allá.
Erwing Shrödigner, físico ampliamente reconocido en el panorama científico, también se interesó por estos temas, en su ensayo Mente y materia habla sobre este problema que abordamos aquí, concretamente en su último capítulo titulado El misterio de las cualidades sensoriales. Él plantea cuestiones incómodas para nosotros e incluso para la propia física. En un párrafo concreto en la página 115, plantea, en lo referido a la luz como ente físico y la percepción que tenemos de ella:
La imagen física objetiva de las longitudes de onda no da cuenta de la sensación de color. ¿Podría hacerlo un fisiólogo si tuviera un mejor conocimiento de lo que ocurre en la retina y en el sistema nervioso (…)? No lo creo. Alcanzaríamos, a lo sumo, sobre qué fibras ópticas se estimulan en particular, quizá llegáramos a conocer incluso los procesos que se producen en ciertas células nerviosas (…). Pero ni siquiera este conocimiento nos diría lo más mínimo sobre la sensación de color.
Mente y materia. E. Schrödigner. Tusquets Editores, Metatemas.
Lo que se puede extraer de todo esto es que Shrödigner planteaba la cuestión de que sabemos, en nuestros modelos teóricos, que por ejemplo la luz amarilla es una onda electromagnética que, si es monocromática, se encuentra con un valor de su longitud de onda de 589 nm. Esto son propiedades deducidas de nuestros modelos, pero no hay nada en el concepto de “longitud de onda” que me diga lo más mínimo sobre el color amarillo que yo experimento. Es más, este mismo color lo podría percibir igualmente si mezclo otros colores distintos (con longitudes de ondas distintas) y poco podría decir de la relación entre la idea física que tengo en mente y lo que yo percibo.
La clave del problema. La realidad objetiva.
Si el lector ha sido lo suficientemente valiente para llegar a este punto del artículo, es justo que se le reconozca el mérito de no haber salido huyendo a mitad de él. Sin duda queda lo más emocionante pero también lo que hará que nuestra cabeza acabe por explotar definitivamente. Schrödigner resume en su ensayo de una manera bastante elocuente lo que se discute en lo que sigue:
La percepción sensorial directa del fenómeno, nada dice de su naturaleza física objetiva (…) y debe desconectarse desde el principio como fuente de información, pero la imagen teórica que eventualmente obtenemos consiste siempre en un conjunto de complicadas informaciones obtenidas a través de la percepción sensorial.
Mente y materia. E. Schrödigner. Tusquets Editores, Metatemas.
Schrödigner nos da la clave del problema, hay un abismo entre lo que “vemos” y lo que “realmente es”. La base de nuestro conocimiento se cimienta (solo) en lo que nuestros sentidos en última instancia nos muestran del mundo, pero esto no nos dice nada de lo que realmente tenemos en frente. Un vaso es un vaso, en cuanto a lo que percibimos de él, lo que nuestros ojos y manos detectan de él, pero no captan su realidad total, imaginemos que el vaso estuviera hecho de un material que emite en infrarrojo o ultravioleta, poco podríamos decir de la realidad total de la luz que emite el vaso si no hiciéramos un estudio más exhaustivo.
La siempre insatisfactoria respuesta.
En base a lo expuesto en el capítulo anterior, deberíamos negar como fuente de información la imagen parcial que nos muestran los sentidos. Esto es lo que intentamos, en efecto, cuando elaboramos el modelo teórico, un modelo “fuera de toda percepción sensorial” apoyado en una ciencia “objetiva” como son las matemáticas, pero resulta que hemos llegado a este “modelo” precisamente a través de experiencias sensoriales diversas (experimentos), es decir, al principio del proceso del conocimiento usamos nuestros sentidos, para, en el proceso final de elaboración del modelo, eliminarlos radicalmente.
La cuestión, pues, la respondemos con otras preguntas, ¿Es nuestra imagen del universo una visión parcial e incompleta? ¿Realmente podemos conocer la realidad objetiva del objeto? Solo el tiempo nos dará la respuesta. Por si algún curioso quisiera profundizar en el tema, el vídeo siguiente es altamente recomendable:
Nota del autor: tras una revisión (más bien filosófica) del presente artículo se me ha hecho la crítica de que quizá mi planteamiento es más bien platónico e incluso kantiano, peco, quizá, de mi innegable relación a la forma de trabajar y de pensar en mi carrera, física. Por tanto, si se encuentra entre los lectores algún filósofo más experimentado en el tema, estoy abierto a que haga cualquier comentario que considere oportuno, igualmente dejo en la bibliografía algunos enlaces/libros donde se explica mucho mejor todo lo que he expuesto.
Agradecimientos: gracias a mi amigo Manolo, mucho más experimentado que yo en la filosofía, por las correcciones y consejos.
Bibliografía
- Mente y materia. E.Schrödigner, Tusquets Editores. Metatemas.
- Para una lectura mucho más profunda, léase Hombre versus Naturaleza Sir Charles Sherrington.
- Foto de la portada: https://pxhere.com/es/photo/1587953
- Para una visión sobre los problemas de la mecánica cuántica desde un punto de vista filosófico: https://plato.stanford.edu/entries/qt-issues/
Miguel Jiménez Ortega.
Estudiante de física (UGR).
Miguel Jimenez Ortega
Graduado en Física por la Universidad de Granada, máster en física teórica en la Universidad de Valencia. Amante de la divulgación científica.
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